Carmen Araceli Eudave Loaera, doctora en Literatura Hispánica, presentó el libro Las teorías literarias y análisis de textos
Al iniciar
el comentario del libro Las teorías
literarias y el análisis de textos, de mi entrañable amiga Adriana Azucena
Rodríguez Torres, ronda en mi cabeza una frase atribuida a Albert Einstein: “No
entiendes realmente algo a menos que seas capaz de explicárselo a tu abuela”. No sé si a alguna de mis abuelas les hubiera
interesado la teoría literaria, pero sé que ellas, igual que la mayoría de las
personas, gustaban de las buenas historias cantadas en verso o narradas en
prosa, de esos relatos que sin saber de dónde provenían cada una de ellas iba
adoptando y transmitiendo a los suyos, al grado de que Agapita, mi abuela
paterna, uno de esos días que me vio abstraída leyendo, mientras mis diez
hermanos jugueteaban y daban guerra, muy preocupada me advirtió: “Hija, no leas
tanto, porque yo sé de un hombre que se volvió loco por leer demasiado” (ella
no leyó el Quijote, porque no sabía leer, pero hasta su natal Aguascalientes
llegó el rumor de ese loco que se creía caballero andante). Quizá este libro no
sirva para explicar teoría literaria a mis abuelas, pero sí me ha ayudado a
comprender de una manera, sintética lúcida y ordenada la teoría literaria y
también (en su edición anterior) me ha ayudado a explicar la teoría literaria a
mis alumnos.
Función didáctica del libro
Al leer el
libro Las teorías literarias y el
análisis de textos, también llegaron a mi mente las amargas experiencias de
sobrevivir a los distintos cursos de teoría literaria y de literatura (cuando
el profesor se había casado con alguna corriente literaria en especial y de
manera exclusiva). Entonces había que leer textos muy complejos y memorizar
interminables tecnicismos literarios, que yo no siempre estaba segura de
emplear bien. Algunos de los críticos estaban tan preocupados por rebatir a sus
oponentes o por sentar las bases de la originalidad de sus teorías que perdían
la sensibilidad para ocuparse de los lectores no especialistas que en las aulas
universitarias debían desentrañar el sentido de sus obtusas obras, también para
pensar en aquellos lectores que por elección o destino les tocaba explicar sus
teorías a un grupo de alumnos.
A diferencia
de lo que ocurre con muchos textos sobre teoría literaria, Adriana se propone
“proporcionar al estudiante y al docente un material intermedio entre el texto
teórico y el literario: “reducir” el texto teórico a pautas de análisis capaces
de ser aplicadas a cualquier texto literario” (p. 12). Adriana sintetiza las
ideas más importantes de cada teoría y propone y regala ejercicios prácticos
para que de manera cercana tanto el docente como el discente puedan aplicar la
teoría literaria. Esta generosa actitud me recordó el cuento de Jorge Luis
Borges, “Examen de la obra de Herbert Quain”, (El jardín de senderos que se bifurcan (1941;Ficciones, 1944):
[Herbert
Quain] A fines de 1939 publicó Statements:
acaso el más original de sus libros, sin duda el menos alabado y el más
secreto. Quain solía argumentar que los lectores eran una especie ya extinta. No
hay europeo (razonaba) que no sea un escritor, en potencia o en acto. Afirmaba
también que de las diversas felicidades que puede ministrar la literatura, la
más alta era la invención. Ya que no todos son capaces de esa felicidad, muchos
habrán de contentarse con simulacros. Para esos “imperfectos escritores”, cuyo
nombre es legión, Quain redactó los ocho relatos del libro Statements. Cada uno de ellos
prefigura o promete un buen argumento, voluntariamente frustrado por el autor.
Alguno —no el mejor— insinúa dos argumentos.
El lector, distraído por la vanidad, cree haberlos inventado. Del tercero, The Rose of Yesterday, yo cometí la
ingenuidad de extraer Las ruinas
circulares, que es una de las narraciones del libro El jardín de
senderos que se bifurcan.
Las sugerencias
de análisis que propone Adriana son muy útiles para todos los imperfectos
docentes que alguna vez tenemos que impartir la asignatura de teoría o crítica
literaria y también resultan de gran interés y utilidad para aquellos alumnos
que a lo largo de su carrera reiteradamente tendrán que analizar textos
literarios o incluso crear la poética de su propia obra creativa: Adriana, como
Herbert Quain, propone varias líneas de análisis, algunas las desarrolla y
otras las deja truncas o sólo las sugiere, como ella misma anuncia en la
introducción:
La
estructura de este manual incluye apartados introductorios a la teoría
planteada, así como la síntesis de los procedimientos a seguir para el
análisis; se plantea un ejemplo del método de análisis y en ocasiones se
plantean sólo las instrucciones para que el estudiante realice las operaciones
sobre un texto sugerido. Se incluyen como complemento los esquemas que
sinteticen el mecanismo de análisis, ejemplos de comentarios y resultados
esperados para dichas operaciones y de manera tangencial, casi siempre al final
de algunas partes, observaciones que sobre la teoría han realizado escritores
de obras literarias, a fin de eliminar el prejuicio que se le ha imputado a la
teoría y que consiste en calificarla en fría y distante del texto literario (p.
12).
Adriana se
ocupa en volver la teoría literaria un instrumento de análisis indispensable
para profundizar en las obras creativas de distintos autores, pero también se interesa
en que estas herramientas sean útiles para ayudarnos a comprender mejor,
algunas manifestaciones de la cultura popular y sucesos de la vida cotidiana
como sugiere al emplear un método similar al que usó Propp en su Morfología del cuento, para aplicarlo a los
melodramas televisivos, la novela gráfica, el relato policiaco tradicional, la
novela de misterio y la novela negra; o bien, aplicar la semiótica para
explicar las señales de tránsito y las relaciones de pareja. Sin embargo,
también está consciente de que no se debe abusar de estas teorías y que en
ocasiones hay que disimular su empleo para no ahuyentar a los lectores potenciales,
por ejemplo: después de aplicar con sumo rigor el método estructuralista para
analizar el poema “5” del libro Álbum de
amor, de Rubén Bonifaz Nuño (1987), Adriana advierte:
Este método
de análisis garantiza una lectura cuidadosa del poema, cuyos resultados, sin
embargo, deberán ser comunicados de una manera mucho más cordial para el
lector. El continuo manejo de esquema y alusiones gramaticales ahuyentará al
más atento (p. 70).
Teoría y crítica literarias, ¿para qué?
La teoría
literaria brinda un gran cúmulo de
herramientas que ayudan a profundizar en la comprensión de los textos y, por
ende, aumentan la experiencia estética de los mismos. En la introducción a esta
obra Adriana habla de su experiencia de más de tres lustros impartiendo la
asignatura de Teoría Literaria en la UNAM y otras universidades, pero en este
libro también se evidencian sus gustos como lectora y, sobre todo, exhibe sus
dotes como escritora de cuentos[1] y como
crítica literaria.[2]
Antonio Alatorre señala, que el buen crítico literario ante todo es un buen
lector y un buen lector es un creador:
El
buen crítico no estorba, sino ayuda, y su misión, entre otras, es de índole
pedagógica, pues guía a los demás lectores. El crítico es un lector, pero un lector más alerta y más total, de
sensibilidad más aguda: las cualidades de recepción del lector corriente, están
como extremadas y exacerbadas en el lector especial que es el crítico. Y éste,
además, tiene una íntima necesidad de comunicación: debe participar a otros la
impresión recibida. Recrea, en cierta forma, la obra del poeta; es una especie
de creador. En el poeta, la creación tiene un carácter absoluto: el no juzga.
El crítico sí juzga, pero en esta tarea no se apoya fundamentalmente en bases
científicas, sino en una intuición personal iluminada por la inteligencia.[3]
En este
sentido Adriana también actúa como crítica literaria, pues la ejerce en
distintos niveles, en primer lugar realiza la exégesis de los textos literarios
y después analiza y sintetiza sus principales p0stulados. Además, las
propuestas de análisis son muy sugerentes. Como dice Alatorre, detrás de todo
buen crítico literario hay un gran lector y un gran creador, pero no hay que
olvidar que la intuición como la inspiración se alimenta de sudor. Es decir, al
escribir este libro Adriana combina varias de sus habilidades como lectora
experta, crítica y creadora.
Adriana, como un nuevo Virgilio, nos
lleva de la mano entre la maraña de corrientes, enfoques, escuelas literarias y
términos, que harían desistir hasta el mismo Dante. Gracias a la amena y
entusiasta guía de Adriana podemos movernos con fluidez entre los vacíos de
información, las isotopías, la desautomatización de la percepción, los
horizontes de expectativas, los actantes, yo líricos, las elipsis, los
narradores “extra, intra, auto, homo, extra o meta” diegéticos; entre la “para,
meta, hiper, archi o trans” textualidad; y gozar la emoción de haber descubierto
un hiper, hipo o mimo texto.
Al
igual que la autora, ya sea en el aula o de manera profesional la mayoría de
quienes nos dedicamos a las letras, tarde o temprano debemos profundizar en
nuestro papel de lectores y ejercer la crítica literaria (aunque sea de manera
informal) y por ello es bueno recordar las características ideales que Alatorre
da sobre el crítico literario:
1. La crítica
literaria es una comprensión más clarividente de una obra literaria. Significa
un aumento de conocimiento intuitivo. Si la literatura es vida, la crítica es
un aumento de vida.
2. La crítica
más alta es la que comprende y transmite la totalidad de las dimensiones de la
obra, y este es el ideal a que debe acercarse el crítico.
3. Las críticas
parciales (la biografía, la histórica, la lingüística, la ideológica, etc.) no
se sostienen por sí: son sólo elementos, más o menos valiosos de la crítica
literaria.
4. En el fondo,
la crítica literaria está unida por mil hilos a las disciplinas extraestéticas,
y el más breve e incompleto fragmento de lírica representa, en su ritmo y en su
imagen, la expresión de una relación determinada con el mundo. Pero esta
relación por sí misma, no es la que determina la calidad literaria.
5. La crítica
de los contemporáneos es más difícil e infinitamente más expuesta a error, que
la crítica de los autores del pasado. Pero el crítico tiene que cumplir de
todas maneras su misión. El juzgar a los contemporáneos tiene algo de apuesta,
pero es preciso hacerla con la mayor honradez posible.
Aumentar la
vida, comprender y transmitir la totalidad de sentidos de una obra, sin tomar
el texto como pretexto para hablar de elementos extraliterarios y ser capaz de
emitir juicios de valor estético sobre las obras de los escritores
contemporáneos, es la delicada misión ideal, que Alatorre le confiere al
crítico literario. Para llevarla a cabo Las
teorías literarias y el análisis de textos es una herramienta ideal; sin
embargo, la autora nos advierte que tampoco hay que abusar: “la teoría
literaria sirve para explicar la literatura, no al revés. Cada texto literario,
en relación con el crítico, precisa de distintos recursos de análisis” (p.
224).
Si mis
abuelas hubieran querido aprender teoría literaria, este manual les hubiera
sido de gran utilidad, pues Adriana sintetiza con gran maestría los
postulados de las principales escuelas
literarias, pone ejemplos tomados no sólo de escritores canónicos consagrados
por la crítica literaria y el éxito editorial, sino también cita autores poco
estudiados, entrevistas, sitios de internet y periódicos, e incluso es capaz de
ejemplificar usando códigos tan cercanos al lector como las señales de
tránsito.
[1] 1. La verdad sobre mis
amigos imaginarios. México:
Editorial Terracota (La Escritura Invisible), 2008. 2. De trasgresiones y otros viajes.
México: Samsara, 2012. 3. Postales. México: Fósforo, 2013
[2] Coincidencias. Para una historia de la
narrativa mexicana escrita por mujeres, Afínita-Universidad Autónoma de
Chiapas, México, 2014.
[3]
Antonio Alatorre, Ensayos sobre crítica
literaria, Colmex, México, 2012, p. 18.
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