miércoles, 18 de julio de 2012

Karl Marx y Friedrich Engels, Escritos sobre literatura, trad. Fernanda Aren, Silvina Rotemberg y Miguel Vedda, Colihue, Buenos Aires, 2003.




Esta selección de textos se ocupa, principalmente, de los comentarios de Marx y Engels acerca de ciertos autores y obras. No incluye fragmentos de las obras más citadas a propósito de las relaciones entre literatura y sociedad, como La ideología alemana. Si bien no se trata de ensayos literarios basados en los presupuestos que alcanzarían mayor influencia (como el de estructura y superestructura), estos artículos apuntan al principio de explicar la obra en su contexto social, económico, histórico e ideológico (como ocurre en el texto “Polémica moderna…” y “Alemania en la época de Goethe y Schiller”, de  Friedrich Engels). También se nota una tendencia frecuente en el comentario sociológico del texto: explicar una dinámica política o sociohistórica a partir de la obra literaria (es el caso de “Sobre Shakespeare”, en el que Marx deduce, a partir de fragmentos de la obra del dramaturgo inglés y de Goethe, la función del dinero en la categoría ontológica del hombre).
Estas son algunas citas del libro:

Friedrich Engels, “Polémica moderna (sobre Karl Gutzkow)”
La joven literatura tiene un arma gracias a la cual se ha vuelto invencible y ha reunido bajo su bandera a todos los jóvenes talentos. Me refiero al estilo moderno que, en su concreta vitalidad, en la agudeza de la expresión, en la variedad de sus matices, ofrece a cada joven escritor un lecho en el que la corriente o el arroyo de su genio puede deslizarse cómodamente. (p. 51)
Bajo tales circunstancias no podemos decir tan solo, con referencia a nuestros autores: le style c’est l’homme, sino también le style c’est la littérature. En estilo moderno lleva el sello de la mediación. (p. 51)
En el estilo moderno se ha cumplido la mediación; fantasía y entendimiento no fluyen entre sí de modo inconsciente, ni se enfrentan todavía bruscamente; tal como en el espíritu humano, se encuentran unidos en el estilo; y como su unión es consciente, es también duradera y auténtica. (p.52)
Existe, sin embargo, un aspecto del estilo que representa siempre un rasgo distintivo de su esencia: el aspecto polémico. Entre los griegos, la polémica llegó a ser poesía y cobró plasticidad gracias a Aristófanes. Entre los romanos, fue recubierta por el universal ropaje del hexámetro; y Horacio, el lírico, la adaptó, de un modo igualmente lírico, para la sátira (p. 52)
Esta controversia está desenvolviéndose en el centro de nuestros desarrollos literarios, y no pudo dejar de ejercer una influencia en parte favorable, en parte perjudicial sobre ellos. Perjudicial, porque la marcha serena de la evolución es perturbada cuando la literatura se presta a servir de lugar de encuentro para las simpatías, antipatías e idiosincrasias personales; favorable, porque la literatura, para emplear palabras de Hegel, salió de la unilateralidad en la que se encontraba. (p. 53)

Karl Marx, “Sobre Shakespeare”
Shakespeare describe muy acertadamente la esencia del dinero. Para entenderlo, empecemos primero con la interpretación del pasaje de Goethe.
Lo que es mío a través del dinero, lo que puedo pagar, es decir, lo que el dinero puede comprar, ese soy yo, el poseedor del dinero mismo. Tan grande es la fuerza del dinero, tan grande es mi fuerza. Las propiedades del dinero son propiedades y capacidades esenciales mías —que soy su poseedor—. Eso que soy y puedo no está determinado de ninguna manera por mi individualidad. Soy feo, pero puedo comprar a la mujer más bella. Por consiguiente, no soy feo, ya que el efecto de la fealdad, su capacidad atemorizante, es aniquilado por el dinero. Yo—según mi individualidad—soy inválido, pero el dinero me proporciona veinticuatro pies; por lo tanto, no soy inválido; soy un hombre malo, deshonesto inconsciente, carente de espíritu, pero el dinero es honrado, por ende. Su poseedor también. (p. 78)
El dinero es el sumo bien, entonces también lo es su dueño; el dinero me libra del esfuerzo de ser deshonesto; entonces, presumiré de honesto; carezco de espíritu, pero el dinero es el verdadero espíritu de todas las cosas; entonces, ¿cómo podría su dueño carecer de espíritu? Para eso puede comprarse gente de espíritu ingenioso, y lo que poder sobre los espíritus ingeniosos, ¿no es más que el ingenioso? Yo, que poseo por medio del dinero todo lo que un corazón humano anhela, ¿no poseo todas las capacidades humanas? ¿Mi dinero no transforma, entonces, todas mis incapacidades en su contrario? (p. 79)
Si presupones al hombre como hombre y su relación con el mundo como una relación humana, puedes intercambiar amor solo por amor, confianza solo por confianza, etc. Si quieres disfrutar el arte, debes ser un hombre formado en el arte; si quieres influir sobre otros hombres, debes ser un hombre que efectivamente estimula y produce un efecto alentador sobre otros hombres. Cada una de tus relaciones con el hombre —y con la naturaleza— debe ser una determinada expresión de tu vida efectiva e individual, correspondiente al objeto de tu voluntad. Si amas sin causar el amor recíproco, o sea, si tu amor no produce como amor el amor recíproco, si no te haces, mediante tu expresión de vida como hombre que ama, hombre amado, entonces tu amor es impotente, es una desgracia. (p. 80)

Friedrich Engels, “Alemania en la época de Goethe y Schiller”
Esa era la situación de Alemania a fines del siglo precedente. Todo el país era una masa viva de putrefacción y repulsiva decadencia. Nadie se sentía bien. El oficio, el comercio, la industria y la agricultura del país habían decaído hasta casi convertirse en nada; el campesinado, los trabajadores que ejercían un oficio y los fabricantes sufrían bajo la doble presión de un gobierno que se alimentaba de su sangre y de los malos negocios; la nobleza y los príncipes encontraban que sus ingresos, a pesar de la explotación de sus súbditos, no podían progresar tanto como para que estuvieran a la altura de sus crecientes gastos; todo estaba dado vuelta, y un malestar general dominaba en todo el país. Ninguna formación, ningún medio para influir sobre la consciencia de las masas; no había libertad de prensa, espíritu colectivo, ni siquiera un comercio extendido con otros países; solo había vulgaridad y egoísmo; un ordinario, rastrero, miserable espíritu de mercader permeaba todo el pueblo. Todo era anticuado, se caía a pedazos, se precipitaba en la rutina, y no existía la menor esperanza de un cambio ventajoso; la nación no tenía siquiera la fuerza suficiente para expulsar los cadáveres putrefactos de las muertas instituciones.
La única esperanza de mejora se advertía en la literatura nacional. Este siglo vergonzoso en lo político y social fue, al mismo tiempo, la gran época de la literatura alemana. Todos los grandes espíritus alemanes nacieron alrededor de 1750: los poetas Goethe y Schiller, los filósofos Kant y Fichte, y apenas veinte años después nació el último gran metafísico alemán, Hegel. Cada obra notable de esta época respira un espíritu de oposición y rebelión contra la sociedad alemana, tal como entonces existía. Goethe escribió el Götz von Berlichingen, un homenaje dramático consagrado a la memoria de un rebelde. Schiller escribió Die Räuber [Los bandidos], en que se ensalza a un joven noble que declara abiertamente la guerra a la sociedad toda. Pero estas eran obras de juventud; cuando los poetas maduraron, perdieron toda esperanza; Goethe se circunscribió a la sátira del género más mordaz, y Schiller habría desesperado de no haber encontrado el refugio que le ofrecieron la ciencia y, principalmente, la gran historia de la Grecia y la Roma antiguas. Estos dos hombres pueden ser tomados como ejemplos de los demás. Aun los mejores y más importantes intelectos de la nación renunciaron a tener toda esperanza en el futuro de su propio país.
Súbitamente, la Revolución Francesa cayó como un rayo sobre ese caos llamado Alemania. El efecto fue poderos. El pueblo, muy poco ilustrado y demasiado habituado desde siempre a ser tiranizado, permaneció indiferente. Pero la burguesía y la mejor parte de la nobleza saludaron la Asamblea Nacional y al pueblo de Francia con un único grito de alborozada aprobación. (p. 147)