lunes, 18 de febrero de 2013

El sistema expresivo del poema I de "Algunas obras" de Herrera

Pautas de análisis de Amado Alonso en Materia y forma en poesía

I. Partir de una intuición de lector que le sea “comunicada” por el autor.
II. Atribuir a esa intuición y su capacidad expresiva, calidad poética:
III. Alude a la tradición poética de las imágenes:
IV. Señalar los elementos formales en relación con esa primera intuición:
V. Describir del resto del poema en función del sentimiento:



El sistema expresivo del soneto I de Herrera en "Algunas obras"



En Sevilla, en 1582, apareció el volumen titulado Algunas obras de Fernando de Herrera, la única de sus obras en cuya edición el autor intervino directamente. El soneto inicial sintetiza el sentimiento que anima la obra entera y, por lo tanto, puede comunicarnos el sistema expresivo del poeta andaluz, es decir, los mecanismos con los que dota a sus palabras de un poder sugestivo:


Osé y temí; mas pudo la osadía
tanto que desprecié el temor cobarde;
subí a do el fuego más me enciende y arde
cuanto más la esperanza se desvía. 

Gasté en error la edad florida mía,
ahora veo el daño, pero tarde,
que ya mal puede ser que el seso guarde
a quien se entrega ciego a su porfía. 

Tal vez prüebo —mas, ¿qué me vale?— alzarme
del grave peso que mi cuello oprime,
aunque falta a la poca fuerza el hecho. 

Sigo al fin mi furor, porque mudarme
no es honra ya, ni justo que se estime
tan mal de quien tan bien rindió su pecho. (Herrera: 1987)
 

(I)La intuición comunicada por el autor es que el amor triunfa sobre la condición humana, y se convierte en un triunfo del poeta. (II)La calidad poética presente en esa intuición se logra mediante procesos sugestivos y estéticos. En primer lugar, la antítesis “Osé y temí” habla de una situación doble del individuo, para luego atribuir un sentido “personificador” a la osadía que lo movió a elevarse aunque sin esperanzas de alcanzar al objeto de su amor. Refiere que a esta pasión dedicó su juventud, con lo que revela que ya no es joven. Insinúa la posibilidad de liberarse de esa pasión, pero en el último terceto antepone la voluntad de doblegarse al furor de amor por la superioridad de éste por encima de cualquier pesar.
(III)El poeta hace evidente su admiración por Petrarca, como lo hizo evidente en sus Comentarios a Garcilaso de la Vega acerca de Petrarca:
 
Debemos a Francisco Petrarca el resplandor y elegancia de los sonetos, porque él fue el primero que los labró bien y levantó en la más alta cumbre de la acabada hermosura y fuerza perfecta de la poesía; aquistando en aquel género, y mayormente en el amatorio, tal gloria, que en espíritu, pureza, dulzura y gracia es estimado por el primero y último de los nobles poetas. (Herrera, 1972: 309-310)
 
 
Uno de los primeros testimonios del distanciamiento de Herrera con respecto a Petrarca se encuentra este poema pues se asemeja, por su temática, al soneto que figura como prólogo en la segunda redacción del Cancionero, en el cual reconoce haberse dejado llevar por un “juvenil error primero”: 
 
Pero ahora bien sé que tiempo anduve
en boca de la gente, y a menudo
entre mí de mí mismo me avergüenzo; 
de mi delirio la vergüenza es fruto,
y el que yo me arrepienta y claro vea
que cuanto agrada al mundo es breve sueño. (Petrarca)
 
Por lo tanto, la intención que condiciona la obra de Herrera se sostiene en la búsqueda de originalidad y en una formación literaria, ya no referencial como en el caso de Garcilaso o incluso de Dante. El autor cuenta con una serie de materiales que, aunados al oficio poético, permite construcciones poéticas novedosas pero al mismo tiempo ligadas a la tradición. También la imagen del fuego que consume al poeta es una idea dominante en su época. León Hebreo en sus Diálogos, recrea las ideas platónicas del fuego relacionado con la belleza suprema, pues “corporalmente es participada, como forma, al fuego y a los demás cuerpos brillantes del mundo inferior” (Hebreo, 1953:131). En concordancia, Herrera asigna esta idea del fuego al amor, “subí a do el fuego más me enciende y arde
En otra ocasión, Hebreo señala: “el fuego es el más sutil, ligero y purificado de los elementos. No siente amor hacia ninguno de ellos [los demás elementos], excepto por el aire, cuya proximidad le agrada, con tal de estar encima de él” (51). Se aprecia la idea del amor como una vía de ascenso hacia la perfección hallada en la altura, el obligatorio aislamiento del amante y la consumación interminable. Se concibe el fuego como un elemento cuya voluntad es el ascenso, tal como el alma busca ascender para aproximarse a Dios (Ficino: 1994: 21), en la concepción del universo platónico. El ascenso en Herrera se convierte en una declaración de osadía característicamente humana, la voluntad de alcanzar esa belleza ideal, en la conciencia de que se está destinado a la caída. Herrera hace de la osadía amorosa una actitud vital.
(IV, V)Hasta aquí, se ha intentado fijar una parte de la tradición en la cual se inscriben los sonetos de Fernando de Herrera y que permitió apreciar la reiterada descripción de la belleza de la amada como una vía del conocimiento y de la trascendencia espiritual. Esta tradición aclaró además que el origen profundo del sufrimiento poético de esta obra se encuentra en la conciencia y en la osadía, elementos característicamente humanos. Una vez delimitados estos puntos extremos pero inseparables, conviene cerrar estas notas con algunas observaciones sobre el poder sugestivo del poema. El intelecto ya no puede resguardar al poeta “quien se entrega ciego a su porfía”, aunque este último sea capaz de ver el daño: se regodea en el error y el daño. El amor ha triunfado: y el poeta con una cierta ironía “Tal vez prüebo —mas, ¿qué me vale?— alzarme” del peso que lo ha sojuzgado. Ambas estrofas son derrotistas. Y, por fin, el último terceto da un giro triunfal:
 
Sigo al fin mi furor, porque mudarme
no es honra ya, ni justo que se estime
tan mal de quien tan bien rindió su pecho.
El arrepentimiento de Petrarca (“de mi delirio la vergüenza es fruto, / y el que yo me arrepienta) es imposible en Herrera, quien declara enérgicamente (“Osé y temí”) que depositó en el amor seguridad y juventud; pero en vez de arrepentirse, renuncia a esa posibilidad, en ese orgulloso terceto final.
 
BIBLIOGRAFÍA
 
Herrera, Fernando de, Poesía castellana original completa, ed. de Cristóbal Cuevas, Red Editorial Iberoamericana, México, 1987.
León Hebreo [Judas Abarbanel], Los diálogos de amor, ed. y trad. de David Romano, José Janés, Barcelona, 1953.