I. Partir de una intuición de lector que le
sea “comunicada” por el autor.
II. Atribuir a esa intuición y su capacidad
expresiva, calidad poética:III. Alude a la tradición poética de las imágenes:
IV. Señalar los elementos formales en relación con esa primera intuición:
V. Describir del resto del poema en función del sentimiento:
El sistema expresivo del
soneto I de Herrera en "Algunas obras"
En
Sevilla, en 1582, apareció el volumen titulado Algunas obras de
Fernando de Herrera, la única de sus obras en cuya edición el autor
intervino directamente. El soneto inicial sintetiza el sentimiento que anima la
obra entera y, por lo tanto, puede comunicarnos el sistema expresivo del poeta
andaluz, es decir, los mecanismos con los que dota a sus palabras de un poder
sugestivo:
Osé y temí; mas pudo la osadía
tanto que desprecié el temor cobarde;
subí a do el fuego más me enciende y arde
cuanto más la esperanza se desvía.
Gasté en error la edad florida mía,
ahora veo el daño, pero tarde,
que ya mal puede ser que el seso guarde
a quien se entrega ciego a su porfía.
Tal vez prüebo —mas, ¿qué me vale?— alzarme
del grave peso que mi cuello oprime,
aunque falta a la poca fuerza el hecho.
Sigo al fin mi furor, porque mudarme
no es honra ya, ni justo que se estime
tan mal de quien tan bien
rindió su pecho. (Herrera: 1987)
(I)La intuición comunicada por el autor
es que el amor triunfa sobre la condición humana, y se convierte en un triunfo
del poeta. (II)La calidad poética presente en esa intuición se logra mediante
procesos sugestivos y estéticos. En primer lugar, la antítesis “Osé y temí”
habla de una situación doble del individuo, para luego atribuir un sentido
“personificador” a la osadía que lo movió a elevarse aunque sin esperanzas de
alcanzar al objeto de su amor. Refiere que a esta pasión dedicó su juventud,
con lo que revela que ya no es joven. Insinúa la posibilidad de liberarse de
esa pasión, pero en el último terceto antepone la voluntad de doblegarse al
furor de amor por la superioridad de éste por encima de cualquier pesar.
(III)El poeta hace evidente su admiración por
Petrarca, como lo hizo evidente en sus Comentarios a Garcilaso de la Vega acerca
de Petrarca:
Debemos a Francisco Petrarca el resplandor y elegancia
de los sonetos, porque él fue el primero que los labró bien y levantó en la más
alta cumbre de la acabada hermosura y fuerza perfecta de la poesía; aquistando
en aquel género, y mayormente en el amatorio, tal gloria, que en espíritu,
pureza, dulzura y gracia es estimado por el primero y último de los nobles
poetas. (Herrera, 1972: 309-310)
Uno de los primeros
testimonios del distanciamiento de Herrera con respecto a Petrarca se encuentra
este poema pues se asemeja, por su temática, al soneto que figura como prólogo
en la segunda redacción del Cancionero, en el cual reconoce haberse
dejado llevar por un “juvenil error primero”:
Pero ahora bien
sé que tiempo anduve
en boca de la
gente, y a menudo
entre mí de mí
mismo me avergüenzo;
de mi delirio la
vergüenza es fruto,
y el que yo me
arrepienta y claro vea
que cuanto
agrada al mundo es breve sueño. (Petrarca)
Por lo tanto, la intención que condiciona la obra de
Herrera se sostiene en la búsqueda de originalidad y en una formación
literaria, ya no referencial como en el caso de Garcilaso o incluso de Dante.
El autor cuenta con una serie de materiales que, aunados al oficio poético,
permite construcciones poéticas novedosas pero al mismo tiempo ligadas a la
tradición. También la imagen del fuego que consume al poeta es una idea
dominante en su época. León Hebreo en sus Diálogos, recrea las ideas
platónicas del fuego relacionado con la belleza suprema, pues “corporalmente es
participada, como forma, al fuego y a los demás cuerpos brillantes del mundo
inferior” (Hebreo, 1953:131). En concordancia, Herrera asigna esta idea del
fuego al amor, “subí a do el fuego más me enciende y
arde”
En otra ocasión, Hebreo señala: “el
fuego es el más sutil, ligero y purificado de los elementos. No siente amor
hacia ninguno de ellos [los demás elementos], excepto por el aire, cuya
proximidad le agrada, con tal de estar encima de él” (51). Se aprecia la idea
del amor como una vía de ascenso hacia la perfección hallada en la altura, el
obligatorio aislamiento del amante y la consumación interminable. Se concibe el
fuego como un elemento cuya voluntad es el ascenso, tal como el alma busca
ascender para aproximarse a Dios (Ficino: 1994: 21), en la concepción del
universo platónico. El ascenso en Herrera se convierte en una declaración de
osadía característicamente humana, la voluntad de alcanzar esa belleza ideal,
en la conciencia de que se está destinado a la caída. Herrera hace de la osadía
amorosa una actitud vital.
(IV, V)Hasta aquí, se ha intentado fijar una parte de la
tradición en la cual se inscriben los sonetos de Fernando de Herrera y que
permitió apreciar la reiterada descripción de la belleza de la amada como una
vía del conocimiento y de la trascendencia espiritual. Esta tradición aclaró
además que el origen profundo del sufrimiento poético de esta obra se encuentra
en la conciencia y en la osadía, elementos característicamente humanos. Una vez
delimitados estos puntos extremos pero inseparables, conviene cerrar estas notas
con algunas observaciones sobre el poder sugestivo del poema. El intelecto ya
no puede resguardar al poeta “quien se entrega ciego a su porfía”, aunque este último
sea capaz de ver el daño: se regodea en el error y el daño. El amor ha
triunfado: y el poeta con una cierta ironía “Tal vez prüebo —mas, ¿qué me vale?— alzarme” del peso que lo ha sojuzgado.
Ambas estrofas son derrotistas. Y, por fin, el último terceto da un giro
triunfal:
Sigo al fin mi furor, porque mudarme
no es honra ya, ni justo que se estime
tan mal de quien tan bien rindió su pecho.
El arrepentimiento de Petrarca (“de mi delirio
la vergüenza es fruto, / y el que yo me arrepienta) es imposible en Herrera,
quien declara enérgicamente (“Osé y temí”) que depositó en el amor seguridad y
juventud; pero en vez de arrepentirse, renuncia a esa posibilidad, en ese orgulloso
terceto final.
BIBLIOGRAFÍA
Herrera, Fernando de, Poesía castellana original completa, ed. de
Cristóbal Cuevas, Red Editorial Iberoamericana, México, 1987.
León Hebreo
[Judas Abarbanel], Los diálogos de amor, ed. y trad. de David Romano,
José Janés, Barcelona, 1953.
¿Así debe de ser nuestra nota maestra? En caso de querer hacer este tipo de análisis, claro.
ResponderEliminarBuenas noches.
Más o menos: comentario a partir del análisis y referencias bibliográficas de las lecturas. Pero reforzando el marco teórico, o sea, las pautas de análisis. Y de tres cuartillas como mínimo.
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