Walter
Benjamin (1892-1940) es autor de una obra fragmentaria, como consecuencia de
una serie de dificultades que culminaron con su muerte. Benjamin coincide con
las preocupaciones derivadas del marxismo: cómo es que la literatura es capaz
de funcionar como reflejo, legitimación o denuncia de la estructura social en
que habita el artista. Se interesa también por el tema de la trascendencia
temporal de la obra artística. Su reflexión sobre el arte en la época de su
reproducción en serie (en afiches, como decoración doméstica) concluye con la
idea de la existencia de un “aura” que sólo posee la obra original, formada
desde su nacimiento y continuada a fuerza de la mirada del espectador. Esencias
tan subjetivas como ésta determinan la teoría literaria de Benjamin y es el
aspecto que distingue su propuesta de otras teorizaciones sociológicas.
Su ensayo, “El París del Segundo Imperio en Baudelaire”,
escrito ente 1937 y 1938, representa un caso particular de la teoría literaria
por plantearse como un ejercicio de crítica literaria. Como otros teóricos y
críticos centrados en la sociología de la obra, Benjamin establece una serie de
correspondencias entre las situaciones, episodios, personajes o ambientes de la
obra y las situaciones, episodios, personajes o ambientes de la vida real.
Sostiene la tesis marxista de que los cambios sociales intervienen en las
manifestaciones artísticas y, por lo tanto, que un análisis social mostrará el
lugar del individuo (en general, y en particular del individuo escritor) en esa
sociedad.
Benjamin localiza a Baudelaire en las revueltas parisinas
de mediados de Siglo XIX. Primero, reconstruye el ambiente en que el poeta se
movía: la bohemia, pero no sólo se refiere al “paisaje” de tabernas y
agitadores, sino que lo analiza desde la lucha de clases marxista. El discurso
se va componiendo, entonces, de enunciados que enlazan exposición de la obra,
explicación social de la misma y trasfondo marxista:
La letanía
intitulada Abel et Caïn muestra el
subsuelo sobre el que se apoya el concepto más libre y más comprensivo que
tenía Baudelaire de los desheredados. Del antagonismo entre los hermanos
bíblicos hace un antagonismo de dos razas eternamente irreconciliables.
«Race d’Abel, dors, bois et mange;
Dieu te sourit complaisamment.
Race de Caïn, dans la fange
Rampe et meurs misérablement»
El
poema consiste en dieciséis dísticos, cuyo comienzo, alternado, es el mismo que
el de los precedentes. Caín, antepasado de los desheredados, aparece en ellos
como el fundador de una raza, y ésta no puede ser otra que la proletaria. En el
año 1838 publicaba Granier de Cassagnac su Histoire
de classes ouvrières et des classes burgeoises. Esta obra
supo dar a conocer el origen de los proletarios; formaban una clase infrahumana
que había surgido de un cruce de ladrones y prostitutas. ¿Conoció Baudelaire
estas especulaciones? Es muy posible. Y es cierto que Marx topó con ellas y
saludó en Granier de Cassagnac al «pensador» de la reacción bonapartista. En El Capital fija su teoría racista en el
concepto de una «raza de auténticos propietarios de mercancías», entre las que
cuenta al proletariado. Y exactamente en ese sentido aparece en Baudelaire la
raza que procede de Caín. Claro que él no hubiese podido definirla. Se trata de
la raza de aquellos que no poseen otra mercancía que su propia fuerza de
trabajo (Benjamin, 1972: 34).
En gran medida, aquí se sintetiza el método para analizar
obras literarias y escribir textos de análisis sociocrítico. Es fácil ceder a
la tentación de establecer relaciones entre los acontecimientos históricos y el
contenido de la obra. Esto, sin embargo, no resultará sino un cúmulo de notas
explicativas; la siguiente operación, entonces, consiste en emplear un discurso
teórico sociológico que dé cuenta de las particularidades del texto literario
en tanto producto social, necesidad del autor de comprender su entorno,
mecanismo de comunicación entre el poeta y sus lectores.
Benjamin analiza también los medios de difusión de la
literatura a mediados del siglo XIX, en los que el periódico juega un papel
decisivo. Entre los mensajes contradictorios acerca de un suceso, la
sobreinformación a propósito de otros y la novela por entregas, el periódico
modificó los comportamientos sociales: impuso la reunión en los cafés de los
bulevares y el “exhibicionismo” de los artistas por las calles como una forma
de propaganda, pues el escritor pone su manuscrito a disposición de ese mercado
y sus reglas. Es el momento, según Benjamin, de la invención del flâneur, artista que vaga por bulevares y pasajes para
observar y ser observado, un concepto que da continuidad al análisis de
la sociedad con la mirada de Baudelaire como eje, misma que pasó por la lectura
y traducción de Edgar Allan Poe. El autor norteamericano le mostraría la
desaparición de la patria del artista-flâneur: la ciudad, con su
iluminación a base de las lámparas de gas, le proporciona una nueva cualidad:
la fantasmagoría.
La fantasmagoría es otro
de los conceptos de esta “filosofía mística” benjaminiana, similar al “aura” de la obra
artística en su etapa de reproducción industrial. En este caso se refiere a la
habilidad del individuo a convertirse en un fantasma, una apariencia, incluso
una ausencia. Lograda por diferentes medios: la iluminación de gas, dura,
temblorosa y agresiva sobre la multitud, capaz de convertirla en una masa
tétrica y desmembrada, en la que el artista, como el asesino pueden
desvanecerse sin perder su posición de espectadores; el movimiento febril motivado por la
producción material, y las nuevas propuestas arquitectónicas urbanas, que
estructuran las calles en función de los escaparates y el movimiento febril de
la multitud anónima.
Esta condición
proporciona a Benjamin los elementos para comentar el poema A une passante:
«La rue assourdissante autour de moi hurlait.
Longue, mince en grand deuil,
douleur majestueuse,
Une femme passa, d’une main
fastueuse
Soulevant, balanҫant le feston et
l’ourlet;
Agile et noble, avec sa jambe de
statue.
Moi, je buvais, crispé comme un
extravagant,
Dans son oeil, ciel livide où
germe l’ouragan,
La douceur qui fascine et le
plaisir qui tue.
Un éclair… puis la nuit! –
Fugitive beauté
Dont le regard me fait
soudainement renaître,
Ne te verrai-je plus que dans l’eternité?
Ailleurs, bien loin d’ici! trop tard! Jamais peut-être!
Car j’ignore où tu fuis, tu ne sais où je vais,
O toi que j’eusse aimée, ô toi qui le savais!»
[La avenida estridente en torno de mí aullaba / Alta,
esbelta, de luto, en pena majestuosa, / pasó aquella muchacha. Con su mano
fastuosa / Casi apartó las puntas del velo que llevaba. / Ágil y ennoblecida
por sus piernas de diosa, / Me hizo beber crispado, en un gesto demente, / En
sus ojos el cielo y el huracán latente; / El dulzor que fascina y el placer que
destroza. / Relámpago en tinieblas, fugitiva belleza, / Por tu brusca mirada me
siento renacido. / ¿Volveré acaso a verte? ¿Serás eterno olvido? / ¿Jamás,
lejos, mañana?, pregunto con tristeza. / Nunca estaremos juntos. Ignoro adónde
irías. / Sé que te hubiera amado. Tú también lo sabías.]
El soneto A une passante
no presenta a la multitud como asilo del criminal, sino como el del amor que se
le escapa al poeta. Cabe decir que trata de la función de la multitud no en la
existencia del ciudadano, sino en la del erótico. Dicha función aparece a
primera vista como negativa; pero no lo es. La aparición que le fascina, lejos,
muy lejos de hurtarse al erótico en la multitud, es en la multitud donde
únicamente se le entrega. El encanto del habitante urbano es un amor no tanto a
primera como a última vista. El “jamais” es el punto culminante del encuentro
en el cual la pasión, en apariencia frustrada, brota en realidad del poeta como
una llama. Y en ella se consume; claro que no se eleva de ella ningún ave
fénix. El vivísimo nacimiento del primer terceto abre un panorama del suceso
que se manifiesta muy problemático a la luz de la estrofa precedente. Lo que
hace que el cuerpo se contraiga en un espasmo no es la turbación por eso cuya
imagen se apodera de todos los recintos de su ser; tiene más del choque de un
imperioso antojo que se le viene encima sin aviso alguno al solitario. El
aditamento “comme un extravagant” casi lo expresa; el tono que dispone el
poeta, según el cual la aparición femenina está de luto, no se para en
ocultarlo. En realidad hay una honda ruptura entre el primer cuarteto, que abre
la escena, y los tercetos que la transfiguran. Al decir Thibaudet de estos
versos “que sólo pudieron surgir en una gran ciudad”, se queda en su
superficie. Su figura interior se acrisola al reconocerse en ellos el amor
mismo estigmatizado por la gran ciudad. (: 60-61)
Continuará Benjamin su análisis del poema con datos sobre
la vida burguesa: el exceso de control en manos del Estado, los cafés y
círculos de lectores convertidos en refugios, el cuento que considera la raíz
de la historia detectivesca, “El hombre de la multitud” de Edgar Allan Poe, la
instalación de las farolas de gas en épocas de Napoleón III, el flâneur
como hombre de la multitud: abandonado en ella como cualquier mercancía.
Así, al seguir al poeta a través de los poemas de
Baudelaire y sus traducciones a los poemas de Poe, comunica Benjamin cómo se
difunde la literatura en el París del Segundo Imperio: el impacto de la rebaja
en los precios de las revistas y folletones de periódicos, el nacimiento de los
cafés en la vida cultural, la publicación como mercancía y el poeta como objeto
de consumo, relaciones de escritores-competidores o las condiciones de la mujer
en la producción.
BIBLIOGRAFÍA:
BENJAMIN, Walter, “El
París del Segundo Imperio en Baudelarie”, en Iluminaciones II. Baudelaire,
un poeta en el esplendor del capitalismo, trad. Jesús Aguirre, Taurus,
Madrid, 1972, p. 34.
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